Ya han pasado casi 5 meses desde aquella tarde de enero cuando todo el país se movió, por primera vez en muchos años.
Y ya prácticamente el terremoto de Cinchona ha pasado a ser otro tema de la historia. Otro de esos relatos que quedarán para el resumen de fin de año de los periódicos, y para contar a la posteridad.
Así como saltó a la luz Cinchona, igual de rápido parece haber vuelto al silencio. El pueblo que fue el centro de atención durante semanas, ahora de nuevo es una marca mas en el mapa, solo que pareciera ser una de esas marcas destinadas a desaparecer. Uno de los asentamientos de este país que no estaba destinado a existir, solo que esta vez tuvo que ser la naturaleza quien lo pusiera en evidencia.
El camino al epicentro poco a poco está volviendo a la normalidad. La época seca fue benevolente este año, y dio chance para que se metiera la maquinaria a trabajar. Las carreteras le fueron ganando la partida a la tierra, hasta finalmente domarla, por lo menos por un rato.
La Catarata de la Paz no desapareció, como
se rumoró que había sucedido. Ahí sigue siempre, limpia de nuevo, y algo menos espectacular. A su alrededor lo que queda es lo que el río dejó: un puente temporal, un barreal de la grandísima, y algo de carretera.
Conforme se va subiendo, uno no sabe exactamente hasta dónde podrá llegar. No hay señales, y mucho menos gente que le avise. Puede que el paso esté totalmente despejado. Puede que en la vuelta siguiente uno se encuentre una piedra atravesada. O puede que el barro en la carretera sea mas profundo de lo que uno piensa, y por sí solo se encargue de que uno no pase.
Así es el camino. Un poco de tierra, un poco de asfalto. Los cerros todavía le muestran a uno el desmadre que hubo hace un tiempo. Y pasando los tramos donde todavía no han logrado desenterrar el asfalto, sintiendo como el barro quiere pararlo a uno y como por unos breves instantes la manivela ya no le dice al carro por donde ir, uno se da cuenta por qué duraron tanto en llegar a la zona cero.
Todo el camino es parecido: cerros, marcados en todas partes por lo que fueron deslizamientos. Poco a poco el bosque los está retomando, pero va a pasar mucho rato antes de que pueda ocultar todo lo que pasó ahí.
Finalmente, después de un rato de brincos y patinaje, empiezan a aparecer esas señales de que uno va llegando a lugar donde alguna vez hubo civilización. Alguna vez, porque a como quedó todo, probablemente no haya nadie que quiera volver a intentar quitarle la montaña a la naturaleza.
La historia no termina acá. En esta ocasión, nos aventuramos a seguir para dentro, hasta donde nos diera chance la carretera. Y, la carretera nos dio chance. En unos días les cuento el resto.
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